A su manera.
La madrugada del miércoles al jueves se apagó la
impresionante carrera de uno de los mitos del baloncesto, Kobe Bryant. 20
temporadas en las que los logros y los números marean por abundancia e
importancia, pero en los que cabe destacar, por encima de todo, un detalle.
Vivir y morir así. A su
manera. El último partido de Kobe estará en la retina y en el pensamiento de
muchos durante un largo tiempo. Tal vez para siempre. 50 tiros, 60 puntos (una
de las mejores anotaciones de su dilatada carrera deportiva) y unos últimos
minutos que parecieron guionizados por el mejor director de Hollywood.
Kobe Bryant |
Vivir y morir así. Dejándose
el alma y el último aliento en la cancha. 45 puntos en su cuenta particular y
una de sus hijas le pide 5 más, esperanzada en poder ver otro partido, el
último, de 50 puntos de su padre. Como si fuera fácil esquivar los dolores,
engañar al cuerpo y a la mente. Bryant sonríe, visiblemente exhausto. Pero deja
15 puntos más en la cancha hasta irse a los mencionados 60 y ganar el partido
para sus Lakers. Literalmente.
Con la marcha de Kobe Bryant
despedimos a la imagen de una generación. Los veinteañeros y treintañeros lo
sabemos. Bryant es nuestro Jordan. Y no hay más. Él nos enseñó el fadeaway, nos
mostró que se podía ejercer un increíble e inimaginable control en una capacidad
física al nivel de los mejores de la historia, nos hizo soñar con canastas a
aro pasado, mates salvajes y tiros letales para vencer partidos igualados.
También nos hizo
pellizcarnos. ¿81 puntos? 81 puntos.
A algunos les pareció que
veían a la misma reencarnación de Dios. Aquella merecía ser considerada como la
mayor exhibición ofensiva de la historia. Pero era algo más. Primero era la
constatación de que Kobe Bryant era uno de los mejores jugadores de la
historia. Segundo, y tal vez de esto nos hemos dado cuenta cuando ha ido
avanzando el tiempo, la certeza de que pasaría mucho tiempo en volver a ver un
partido semejante a nivel individual.
Otros jamás lo entendieron.
¿81 puntos? ¿Cuántos tiros son esos? ¿Y los compañeros? Bueno, esos 81 fueron exactamente
46 tiros en aquella ocasión. Y ni siquiera ha sido el partido en el que más
veces ha apretado el gatillo. El último partido de su carrera, contra Utah Jazz
en el Staples, tendrá para siempre ese honor.
Los polos opuestos en los
que ha vivido el escolta durante toda su carrera.
Y las reacciones y
sentimientos surgidos tras su histórico partido contra los Raptors son una
pequeña muestra de cómo los aficionados han reaccionado ante la trayectoria de
Kobe Bryant. Se le puede amar o se le puede odiar. Pero jamás nos ha dejado
indiferentes.
Porque Kobe Bryant ha sido
odiado durante su carrera por todas y cada una de las aficiones rivales. No hay
pabellón rival que Kobe haya pisado que no le haya recibido con música de
viento y vibrante hostilidad. Pertenecer a los Lakers, que no es precisamente
un equipo que despierte afinidades entre los aficionados rivales, ser capaz de
hacer todo por ganar y la imagen de chico joven y malo que representó en los
inicios de su carrera le jugaron una mala pasada a la hora de construir
afinidades, incluso con sus propios compañeros.
Y no,
no le importó.
Kobe Bryant ha desayunado,
comido y cenado odio durante 19 temporadas. Alguna vez el menú era más fuerte,
como cuando visitaba a los Celtics o alguno de sus encarnizados de la
Conferencia Oeste y otras se daba un respiro con algo más ligero. Pero jamás
dejó de alimentarse de ello.
Kobe Bryant |
Hizo de ello su vida y lo
hizo por un motivo. Sabía que era la mejor forma de ganar, único objetivo por
el que vivía. Y como Kobe solo quería y veía la victoria, se tuvo que amoldar a
las condiciones que se le presentaban para conseguirla.
Lo hizo siempre y es un
aspecto de la leyenda poco reconocido.
Cuando tuvo que convivir en
un equipo que no estaba capacitado para luchar por entrar en Playoffs en la
Conferencia Oeste, Kobe Bryant asumió el mando de las operaciones a unos
niveles desconocidos hasta ese momento. Fueron las mejores temporadas de Bryant
en cuanto a minutos jugados y en cuanto a puntos anotados por partido. También
fueron las peores si a las críticas de prensa y aficionados nos atenemos.
Salvajes, por ejemplo, en cuanto a una supuesta alergia a pasar el balón en
aquellos años.
No niego que el Kobe Bryant
post- O´Neal y pre- Gasol fuera un chupón. Solo afirmo que él simplemente
estaba haciendo lo que creía necesario para acercar a su equipo a la victoria.
Ni más, ni menos. Se llevara por delante a diez o a veinte, lo hacía.
De aquella época merece la
pena rescatar una anécdota que salía a la luz después de su último partido en
Phoenix. Decía Kobe “les odiaba, me
quitaron dos anillos”. Cualquiera que eche un vistazo a la plantilla de los
Lakers se dará cuenta de la locura que es pensar en los Lakers como posibles
candidatos al título. Tal era la confianza y determinación de Bryant en sí
mismo, que confiaba en poder ganar el anillo.
Él siempre lo tuvo claro “Voy a hacer lo que se necesario para ganar
partidos, ya sea en un banco agitando una toalla, entregando un vaso de agua a
un compañero o acertando el tiro ganador”. Frases que describen
perfectamente al jugador.
Si hubiera que contar la
cantidad de desencuentros con aficiones rivales, compañeros de equipo,
entrenadores y jugadores rivales, habría que pedir varias cosas. Empezando por
tiempo para recopilar y escribir todo y siguiendo por el dinero necesario para
sacar a la venta los diez enormes tomos que habrían de ser publicados.
Porque si él inoculaba su
veneno a los rivales como buena mamba negra, el bichito del baloncesto le tenía
enfermo a él. Nunca conoceremos con exactitud la cantidad de compañeros que
alguna vez se sintieron atacados o incomodados en una situación personal en la
cancha de entrenamiento con Bryant. Mejor dicho, nunca sabremos si alguno de
ellos se libró de tal trance.
Kobe Bean Bryant fue el peor
compañero para aquellos que no poseían un muro de hormigón armado en su mente.
Tal fue su pasión por la victoria que cierto día llegó a espetarle a un
compañero que debía replantearse su carrera deportiva porque, sencillamente, no
daba la talla. Medvedenko siempre ha sido el favorito en las quinielas sobre
quién recibió dicho comentario. Smush Parker tampoco parece tener un buen
recuerdo de su estancia en el vestuario de los Lakers.
Tampoco pudo congeniar con
uno de los grandes con los que compartió vestuario. Sus problemas con O´Neal,
jugador con el que compartió las mieles del éxito pero con el que no compartía
la misma ética de trabajo, desencadenaron en el rompimiento de un equipo que difícilmente
hubiera tenido comparación en las últimas décadas si las aguas no se hubieran
salido del cauce.
Los compañeros con los que
jamás tuvo un encontronazo se cuentan con los dedos de la mano.
Entre ellos se encuentra un
Pau Gasol que supo entenderle a la perfección y además llegó a su vida y a su equipo
en un momento en el que Bryant ya era mucho más maduro.
Al final todo era más simple
de lo que parecía. Quería ganar. La orgía anotadora individual en la que se vio
inmerso cuando se quedó solo, no le llenaba. Simplemente no conseguía su
objetivo. No estaba ganando. Pau fue la bendición. El español fue algo más que
el cuarto y el quinto anillo. Gasol proyectó la mejor imagen del escolta al
exterior. La hermandad, la camaradería, el compañerismo. Pau enseñó al mundo el
líder que era Kobe. Detalles que no se habían visto nunca en el jugador nativo
de Philadelphia.
Kobe Bryant |
Nunca sabremos si Kobe se
arrepintió de firmar su lucrativo último contrato cuyo montante económico evitó
el inicio de una reconstrucción más que necesaria después de la marcha de Pau
Gasol. Sus últimos años estuvieron sin duda lastrados por ello y el equipo
deambuló por los bajos fondos de la Conferencia Oeste.
Esta temporada, aquellos que
llevamos tiempo siguiendo y viendo la NBA hemos asistido a extraños
acontecimientos a lo largo de ella. Como el agua se convirtió en vino, los
abucheos se convirtieron en aplausos y las recepciones hostiles en vídeos de
homenaje. Esta vez no fue ningún milagro. Solo miles de aficionados rindiéndose
a una evidencia, que aquel al que tanto habían odiado, no podía ser más grande.
Ver el último partido de su
carrera fue un regalo de los dioses. Los mismos que, seguramente, debieron
tocarle antes de que saltara a la cancha. Es difícil asumir que la carrera de un
ídolo ha acabado. Tan difícil que la llama de esperanza de que la retirada solo
haya sido una broma pesada aún sigue viva en el corazón.
Al fin y al cabo, yo recé
por el oso.