viernes, 15 de abril de 2016

Vivir y morir así

A su manera.

La madrugada del miércoles al jueves se apagó la impresionante carrera de uno de los mitos del baloncesto, Kobe Bryant. 20 temporadas en las que los logros y los números marean por abundancia e importancia, pero en los que cabe destacar, por encima de todo, un detalle.


Kobe Bryant
Vivir y morir así. A su manera. El último partido de Kobe estará en la retina y en el pensamiento de muchos durante un largo tiempo. Tal vez para siempre. 50 tiros, 60 puntos (una de las mejores anotaciones de su dilatada carrera deportiva) y unos últimos minutos que parecieron guionizados por el mejor director de Hollywood.

Vivir y morir así. Dejándose el alma y el último aliento en la cancha. 45 puntos en su cuenta particular y una de sus hijas le pide 5 más, esperanzada en poder ver otro partido, el último, de 50 puntos de su padre. Como si fuera fácil esquivar los dolores, engañar al cuerpo y a la mente. Bryant sonríe, visiblemente exhausto. Pero deja 15 puntos más en la cancha hasta irse a los mencionados 60 y ganar el partido para sus Lakers. Literalmente.  

Con la marcha de Kobe Bryant despedimos a la imagen de una generación. Los veinteañeros y treintañeros lo sabemos. Bryant es nuestro Jordan. Y no hay más. Él nos enseñó el fadeaway, nos mostró que se podía ejercer un increíble e inimaginable control en una capacidad física al nivel de los mejores de la historia, nos hizo soñar con canastas a aro pasado, mates salvajes y tiros letales para vencer partidos igualados.

También nos hizo pellizcarnos. ¿81 puntos? 81 puntos.

A algunos les pareció que veían a la misma reencarnación de Dios. Aquella merecía ser considerada como la mayor exhibición ofensiva de la historia. Pero era algo más. Primero era la constatación de que Kobe Bryant era uno de los mejores jugadores de la historia. Segundo, y tal vez de esto nos hemos dado cuenta cuando ha ido avanzando el tiempo, la certeza de que pasaría mucho tiempo en volver a ver un partido semejante a nivel individual.  

Otros jamás lo entendieron. ¿81 puntos? ¿Cuántos tiros son esos? ¿Y los compañeros? Bueno, esos 81 fueron exactamente 46 tiros en aquella ocasión. Y ni siquiera ha sido el partido en el que más veces ha apretado el gatillo. El último partido de su carrera, contra Utah Jazz en el Staples, tendrá para siempre ese honor.

Los polos opuestos en los que ha vivido el escolta durante toda su carrera.
Y las reacciones y sentimientos surgidos tras su histórico partido contra los Raptors son una pequeña muestra de cómo los aficionados han reaccionado ante la trayectoria de Kobe Bryant. Se le puede amar o se le puede odiar. Pero jamás nos ha dejado indiferentes.

Porque Kobe Bryant ha sido odiado durante su carrera por todas y cada una de las aficiones rivales. No hay pabellón rival que Kobe haya pisado que no le haya recibido con música de viento y vibrante hostilidad. Pertenecer a los Lakers, que no es precisamente un equipo que despierte afinidades entre los aficionados rivales, ser capaz de hacer todo por ganar y la imagen de chico joven y malo que representó en los inicios de su carrera le jugaron una mala pasada a la hora de construir afinidades, incluso con sus propios compañeros.  

Y no, no le importó. 

Kobe Bryant ha desayunado, comido y cenado odio durante 19 temporadas. Alguna vez el menú era más fuerte, como cuando visitaba a los Celtics o alguno de sus encarnizados de la Conferencia Oeste y otras se daba un respiro con algo más ligero. Pero jamás dejó de alimentarse de ello.

Kobe Bryant
Hizo de ello su vida y lo hizo por un motivo. Sabía que era la mejor forma de ganar, único objetivo por el que vivía. Y como Kobe solo quería y veía la victoria, se tuvo que amoldar a las condiciones que se le presentaban para conseguirla.

Lo hizo siempre y es un aspecto de la leyenda poco reconocido.

Cuando tuvo que convivir en un equipo que no estaba capacitado para luchar por entrar en Playoffs en la Conferencia Oeste, Kobe Bryant asumió el mando de las operaciones a unos niveles desconocidos hasta ese momento. Fueron las mejores temporadas de Bryant en cuanto a minutos jugados y en cuanto a puntos anotados por partido. También fueron las peores si a las críticas de prensa y aficionados nos atenemos. Salvajes, por ejemplo, en cuanto a una supuesta alergia a pasar el balón en aquellos años.  

No niego que el Kobe Bryant post- O´Neal y pre- Gasol fuera un chupón. Solo afirmo que él simplemente estaba haciendo lo que creía necesario para acercar a su equipo a la victoria. Ni más, ni menos. Se llevara por delante a diez o a veinte, lo hacía.   

De aquella época merece la pena rescatar una anécdota que salía a la luz después de su último partido en Phoenix. Decía Kobe “les odiaba, me quitaron dos anillos”. Cualquiera que eche un vistazo a la plantilla de los Lakers se dará cuenta de la locura que es pensar en los Lakers como posibles candidatos al título. Tal era la confianza y determinación de Bryant en sí mismo, que confiaba en poder ganar el anillo.

Él siempre lo tuvo claro “Voy a hacer lo que se necesario para ganar partidos, ya sea en un banco agitando una toalla, entregando un vaso de agua a un compañero o acertando el tiro ganador”. Frases que describen perfectamente al jugador. 

Si hubiera que contar la cantidad de desencuentros con aficiones rivales, compañeros de equipo, entrenadores y jugadores rivales, habría que pedir varias cosas. Empezando por tiempo para recopilar y escribir todo y siguiendo por el dinero necesario para sacar a la venta los diez enormes tomos que habrían de ser publicados.

Porque si él inoculaba su veneno a los rivales como buena mamba negra, el bichito del baloncesto le tenía enfermo a él. Nunca conoceremos con exactitud la cantidad de compañeros que alguna vez se sintieron atacados o incomodados en una situación personal en la cancha de entrenamiento con Bryant. Mejor dicho, nunca sabremos si alguno de ellos se libró de tal trance.

Kobe Bean Bryant fue el peor compañero para aquellos que no poseían un muro de hormigón armado en su mente. Tal fue su pasión por la victoria que cierto día llegó a espetarle a un compañero que debía replantearse su carrera deportiva porque, sencillamente, no daba la talla. Medvedenko siempre ha sido el favorito en las quinielas sobre quién recibió dicho comentario. Smush Parker tampoco parece tener un buen recuerdo de su estancia en el vestuario de los Lakers.

Tampoco pudo congeniar con uno de los grandes con los que compartió vestuario. Sus problemas con O´Neal, jugador con el que compartió las mieles del éxito pero con el que no compartía la misma ética de trabajo, desencadenaron en el rompimiento de un equipo que difícilmente hubiera tenido comparación en las últimas décadas si las aguas no se hubieran salido del cauce.

Los compañeros con los que jamás tuvo un encontronazo se cuentan con los dedos de la mano.
Entre ellos se encuentra un Pau Gasol que supo entenderle a la perfección y además llegó a su vida y a su equipo en un momento en el que Bryant ya era mucho más maduro.


Kobe Bryant
Al final todo era más simple de lo que parecía. Quería ganar. La orgía anotadora individual en la que se vio inmerso cuando se quedó solo, no le llenaba. Simplemente no conseguía su objetivo. No estaba ganando. Pau fue la bendición. El español fue algo más que el cuarto y el quinto anillo. Gasol proyectó la mejor imagen del escolta al exterior. La hermandad, la camaradería, el compañerismo. Pau enseñó al mundo el líder que era Kobe. Detalles que no se habían visto nunca en el jugador nativo de Philadelphia.

Nunca sabremos si Kobe se arrepintió de firmar su lucrativo último contrato cuyo montante económico evitó el inicio de una reconstrucción más que necesaria después de la marcha de Pau Gasol. Sus últimos años estuvieron sin duda lastrados por ello y el equipo deambuló por los bajos fondos de la Conferencia Oeste.  

Esta temporada, aquellos que llevamos tiempo siguiendo y viendo la NBA hemos asistido a extraños acontecimientos a lo largo de ella. Como el agua se convirtió en vino, los abucheos se convirtieron en aplausos y las recepciones hostiles en vídeos de homenaje. Esta vez no fue ningún milagro. Solo miles de aficionados rindiéndose a una evidencia, que aquel al que tanto habían odiado, no podía ser más grande.

Ver el último partido de su carrera fue un regalo de los dioses. Los mismos que, seguramente, debieron tocarle antes de que saltara a la cancha. Es difícil asumir que la carrera de un ídolo ha acabado. Tan difícil que la llama de esperanza de que la retirada solo haya sido una broma pesada aún sigue viva en el corazón.  

Al fin y al cabo, yo recé por el oso. 

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