martes, 29 de abril de 2014

Hibbert y el sufrimiento.

¿Cómo decir donde te has escondido? ¿Cómo explicar que un día entraste en otra dimensión de la que aún no has salido? ¿Cómo contarnos que no eres feliz jugando al deporte que hace tres meses dominabas? ¿Como hablar de que no puedes meter una canasta, coger un rebote o poner un tapón desde tus 220 centímetros de altura? ¿Como poder confesar lo inconfesable? Roy Denzil Hibbert sufre. Mientras sus actuaciones individuales generan miles de comentarios críticos en las redes sociales su mente quiere llorar porque aun no entiende en que momento inició el camino de imparable a caricatura, de estrella a hazmereir. Su rostro es la mejor muestra de que no entiende nada, de que no sabe a donde fueron sus tapones, su habilidad con las manos o sus ganas de coger rebotes. Su rostro es el mejor ejemplo de que a veces es peor no entender nada que perderlo todo, porque el problema de Hibbert no es lo perdido, es la forma de perderlo.   

La involución de Hibbert es probablemente una de las mayores de la historia dentro del curso de una temporada. Bien entrada la competición, Hibbert aparecía en todas las quinielas como favorito a Jugador Defensivo del Año e Indiana era una montaña que parecía difícil escalar hasta para los dos veces campeones, Miami Heat. Después de la incorporación de Evan Turner y de Andrew Bynum, a Indiana parecía separarle de la gloria segura simplemente los meses. Ahora Hibbert deambula mas por el banquillo que por la cancha e Indiana Pacers esta en serio peligro de caer eliminado en primera ronda a manos de un equipo que ni siquiera cuenta con su mejor jugador, Al Horford. Ayer el pivot de New York pareció tocar fondo en el agujero sin fin en el que anda metido. En 12 minutos en cancha no fue capaz de anotar un solo tiro (0/2) ni de coger un solo rebote pese a que es, con diferencia, el jugador más alto de toda la serie. Fue una demostración de impotencia que hubiera estremecido al tipo más duro del mundo.      

E igual que Hibbert sufre, debo reconocer que yo estoy sufriendo por él. Los dedos le señalan, las miradas le acusan y su propia actitud le machaca porque no es capaz de mostrar nada de carácter en toda esta situación. A decir verdad, Roy Hibbert no parece ser el tipo más duro de mentalidad. Su técnico Frank Vogel le ha mostrado su confianza por activa y por pasiva y le ha permitido partidos y actitudes que a mas de uno hubieran sacado de la rotación aguantándole en el quinteto titular. Porque Roy Hibbert lleva dos meses mal, pero ni siquiera ha aparentado estar bien. Ni siquiera un intento, una señal de que el hoyo mas grande de su carrera pudiera ser algo pasajero La confianza de su entrenador solo se ha transformado en más perdidas de balón, en más canastas falladas o en una actitud mas desesperante. Durante los últimos meses, los bloqueos y continuaciones se han convertido en una pesadilla para Hibbert. Ha parecido desperdiciar miles de balones aunque seguramente haya sido alguno menos.  

¿Que le ofrece el futuro a Roy Hibbert? ¿Será capaz de dejar atrás todos los problemas y dudas para volver a ser el jugador que algún día fue? ¿Esta capacitado para dar un paso adelante y darle la vuelta a la situación, no ya para este año, sino para el resto de su carrera? Tal vez todo suene ahora demasiado alarmista y exagerado pero por lo pronto y debido a las sensaciones que recibimos parece misión imposible recuperar a Roy Hibbert para la causa de este año que debía ser el del anillo en Indiana. Probablemente una buena temporada baja llena de trabajo y carga de confianza lo pueda solucionar todo... o tal vez no. Sea lo que sea, te esperamos Roy.      

          

viernes, 25 de abril de 2014

Russell, ¿el cielo o el infierno?

Hace 25 años (¡¡y parece que llevemos toda una vida hablando de él!!) nacía en California un chico que iba a provocar amores y desencuentros, halagos y críticas, dudas y certezas. El diablo o el ángel. El triunfo o la derrota. El éxito o el fracaso. Un jugador con nombre y apellidos. Hace 25 años nacía Russell Westbrook. El base de OKC es la intersección entre dos mundos. Amalo u ódialo, halágalo o critícalo pero jamás te quedes indiferente ante él. 

Los aficionados al baloncesto no se ponen de acuerdo sobre Russell Westbrook porque ni siquiera Russell Westbrook es capaz de ponerse de acuerdo consigo mismo. Su cabecita loca esta tan lejos de ser la de un base al uso como los Jaguars de ganar la NFL, España de volver a ganar Eurovisión o Irán de ganar el mundial de fútbol. Pero esa es la verdad de Russell. Y como he dicho antes, amalo u ódialo porque el irá hasta el final con ella. Su verdad es que él es uno de los mejores jugadores de la liga. Su verdad es que debe de tener tantos galones en Oklahoma como Kevin Durant. Su verdad es que sería capaz de saltar por encima de Roy Hibbert y Marc Gasol juntos para meter una canasta. Y su verdad es que el no teme a nadie, ni a sí mismo. Y hay días que sale a la cancha y te hace pensar que es uno de los mejores jugadores de la liga. Te hace pensar que no es tan loco equiparar sus galones a los de KD. Te hace pensar que Roy Hibbert y Marc Gasol se podrían subir uno encima del otro y no lo pararían. Y por supuesto te hace pensar que hace bien en no temer a nadie. Son sus partidos, mejor dicho sus momentos, de ángel, de triunfo y de éxito.

Pero luego hay días… hay días en los que es mejor no levantarse Russell. Porque Westbrook es probablemente el jugador de la NBA con más facilidad para encadenar errores con aciertos. No es raro verle meter un triple inverosímil y a la siguiente jugada hacer un airball cuando sus compañeros aun danzan por el medio campo y la posibilidad de rebote es inexistente. No es ni mucho menos raro verle machacar un aro que a veces parece que va a ceder a sus embestidas y a las dos jugadas que le piten una falta en ataque por intentar repetir semejante acción. Lo que desgraciadamente si que es raro para su equipo es que Russell Westbrook haga jugar a sus compañeros o que sea protagonista dentro de un juego de ataque colectivo y coral. Y es ahí donde recibe la mayor cantidad de críticas porque es por ahí por donde más sufre Oklahoma. Su juego sota- caballo- rey (Ibaka- Westbrook- Durant) muchas veces desespera. Y sin tener toda la culpa (¡¡hola Scott Brooks!!) tiene parte de ella el base del equipo. 

Precisamente Scott Brooks no ha sido capaz de meterle en cintura o tal vez ni lo haya intentado. Cuando el equipo “eligió” quedarse con Westbrook en lugar de hacerlo con Harden sabían a lo que se exponían porque Russell pertenece a esa clase jugadores que no engañan a nadie porque simplemente no quieren. Es lo que es y va a morir siendo así. Un espíritu libre solo al servicio de él mismo y sobre el que cabe hacerse una pregunta: ¿aporta o quita más al equipo? Desde un punto de vista numérico, de actitud personal o incluso defensivo la duda ofende porque Westbrook es de los mejores bases de la NBA. Sin embargo con él hay que ir más allá porque comparte pista con el MVP Kevin Durant, un jugador al que Westbrook parece ser el único que no rinde pleitesía en la cancha.  

La serie de Playoffs contra Grizzlies está siendo el perfecto ejemplo de lo mejor y lo peor del base de OKC. Los aficionados del Thunder pueden amarlo después del Game 3 porque consideren que fue el único que dio la cara al menos intentando cambiar el sino del partido. Los aficionados del Thunder también pueden odiarlo por su serie de tiro, su egoísmo y sus ¡¡2!! asistencias. El game 2 fue más de lo mismo. 29 puntos con una serie de 11/28 en tiros de campo aunque esta vez con 8 asistencias. Más allá de números, y como muchas veces todo no lo explican estos, las sensaciones que ha dejado son también claras. Una absoluta anarquía que ha contagiado al equipo y que está provocada por una falta de autocontrol extrema. “Corre Russell corre. Y nunca frenes” parece que le dice el diablo instalado en su cabeza. Es Russell Westbrook. Debes decidir amarlo u odiarlo.  




lunes, 21 de abril de 2014

Lo que Dixie ha separado, que alguien lo vuelva a unir.

A día dos de marzo Indiana Pacers lucía como, tal vez, el candidato número 1 al anillo de la NBA. Aquél maravilloso día los Pacers recibían a los Jazz con un record de 45-13 y dominaban la liga con puño de hierro, porque pese a alguna derrota salpicada y totalmente normal y sus recurrentes problemas  para anotar con cierta fluidez, todo aquel que veía a Indiana Pacers podía sacar la misma conclusión: jugaban como un equipo, como un equipo bastante bueno. Indiana conseguía el triunfo contra Utah con algo más de sufrimiento del normal y sumaba una  victoria que les colocaba con un maravilloso 46-13. El problema es que ese día la fiesta para los dos máximos puntales del equipo, Roy Hibbert y Paul George, no acabaría en la pista. Se cruzaría en su camino Dixie, y ya nada volvería a ser como antes. La fan de bonito nombre acabaría retozando en la cama con el gigantón y el alero del equipo. Un trio en toda regla. Pero según diversas informaciones, un trio con accidente. Con cruce de espadas nada más y nada menos entre compañeros que se ven todos los días las caras.

Azares del destino, o no, los siguientes cuatro partidos que jugarían los Pacers acabarían con derrotas. En dichos encuentros Paul George tendría una serie de tiro lamentable, 21 de 58. Roy Hibbert, favorito para mejor defensor del año por aquellos tiempos, aguantaría el tipo pero su temporada entraría irreversiblemente en una espiral negativa de la que aún lucha por salir. En los últimos 23 partidos los Pacers amasarían un record de 10-13 y solo la pasividad de Miami Heat les ayudó a conservar el primer puesto. Durante ese proceso, Roy Hibbert ha pasado por diferentes reacciones. Se ha mostrado tristemente hundido la mayor parte del tiempo. Como si la cosa no fuese con él, como si Dixie hubiese dejado huella, como si ya no hubiera nada por lo que luchar. Roy Hibbert ha dejado pasar rebotes, canastas, tapones y actitudes defensivas y ofensivas. En partidos enteros ha parecido vivir atormentado por algo que pasó aquella noche, absolutamente descoordinado con sus compañeros. Tan evidente ha sido esto que hemos perdido la cuenta de los pases perdidos después de bloqueo y continuación. Podrían haber sido un centenar, no lo dudéis. Solo un día Roy decidió alzar la voz. Fue para acusar a sus compañeros, no dio nombres, de egoístas. ¿Se llevaría Paul George esa acusación al plano íntimo?

Y si el gigante del trio ha estado de capa caída, que decir de Paul George. Ha tenido otro tipo de caída, probablemente menos visible pero igual de notoria para el equipo. La irregularidad. Visto en perspectiva, Dixie dejó huella ¿verdad? Un par de datos sobre Paul George para iluminaros; desde aquel partido ante Utah solo ha superado en tres partidos los 20 puntos con al menos un 45% de acierto en tiros de campo. En el camino hacia el socavón deportivo en el que están los Pacers, Paul George ha tenido partidos horrorosos, con porcentajes tan bajos que no podrían ser más bajos (0 de 9 ante Charlotte). Lo peor es que no ha sido capaz en ningún momento de echarse el equipo al hombro y ejercer como líder. Ni una sola declaración en la que diera muestras de compañerismo y unión. Ni una sola declaración de apoyo a Roy Hibbert, que en realidad es el que más palos se ha llevado de todo el equipo.

Ayer comenzaron los Playoffs para Indiana. Los que en algún momento pensaron que su bajón de juego se debía a la poca competitiva Conferencia Este y que todo volvería a la normalidad en postemporada esperaban una reacción del equipo. Los que por algún casual pensábamos que Indiana en tiempo de Playoffs dejaría sus diferencias en los vestuarios y saldría a jugar como un equipo esperábamos una reacción. Ambos nos dimos una buena torta. Indiana sucumbió ante Atlanta Hawks en un ejercicio de incertidumbre e incoherencia. Empezó el partido con dos canastas. Una de Hibbert y otra de West. A partir de ahí todo se acabó. Desubicado, superado, poco participativo, fallón. Son algunos de los adjetivos con los que se puede calificar la actuación del gigante de Nueva York ayer. Los problemas de Indiana no acabaron ahí. Paul George apenas pudo embocar 6 de los 18 tiros que intentó.


Indiana vive bajo el hechizo de una mujer. Una mujer llamada Dixie. Una mujer sin rostro que ha dividido un vestuario. Por el bien de la NBA y por el bien del espectáculo, lo que Dixie ha separado, que alguien lo vuelva a unir. 

lunes, 14 de abril de 2014

Tim Duncan y el amor.

En el baloncesto, como en la vida, hay amores de todos los tipos. Están los amores sufridos, que dejan herida y sufrimiento, (¡fans de los Wolves actuales!), los amores pasajeros e intensos, que no duran mucho pero en los que te lo pasas tan bien… (¿Quién no se enamoró de los Suns de D´Antoni o los Kings de Adelman?), los que son demasiado buenos para quererlos y disfrutarlos como se merecen (los haters de LeBron tenemos que levantar la mano bien alto) o los que por fortuna son para toda la vida (aquí cada uno que se las apañe con su equipo). Y como en la vida, en el baloncesto también hay equipos y jugadores que hacen por enamorarte y otros de los que simplemente te enamoras. Y en este segundo nivel nos encontramos con San Antonio Spurs, Greg Popovich y el protagonista de este artículo, Tim Duncan. Ay, los Spurs, la antítesis del espectáculo populista con estrellas sin tatuajes y que raramente salen en los Highlights. Pero eso da igual, porque encabezados por Tim Duncan y Greg Popovich, San Antonio se mantiene en la élite de la liga desde que muchos tenemos uso de razón.

Y como es primavera, la época del año en la que el amor es más protagonista, seguiremos hablando del amor. Y exactamente del romance que han mantenido durante tantos años Tim Duncan y el balón de baloncesto. Solo de pensar que otro deporte pudo impedirlo me entran escalofríos. Porque a los 13 años Tim despuntaba en las piscinas y no en las canchas y soñaba con ser olímpico en el agua y no con el balón. Sin embargo, una serie de infortunios y el miedo a los tiburones acabó con las aspiraciones acuáticas de Tim y dio con sus huesos en una pista de baloncesto con un esférico naranja en la mano. Y a partir de ahí fueron inseparables. Y a partir de ahí todo fue mágico. En la universidad se convirtió en uno de los mejores jugadores de su generación y fue elegido en el draft por San Antonio Spurs y en el número 1. Y a su historia de amor con el balón añadió otras dos. Los Spurs se convirtieron en el equipo de su vida mientras que Duncan convertía a los Spurs en el equipo de la vida de muchos. El juego de San Antonio Spurs y de Tim Duncan es un juego elegante y precioso pero solo para aquel que sabe disfrutarlo y apreciarlo. Rara vez encontraras un mate, casi imposible un alley oop. Pero nos recuerdan cada día que el baloncesto no es eso. No te pueden gustar los Spurs si no te gusta el baloncesto. Y el maestro Popovich se convirtió en su tercer amor. Son tan parecidos que todo se entiende. Trabajadores, responsables, con un  talento innegable y a los que les importa bien poco lo que digan los demás.
       
El matrimonio de Tim con el balón y el baloncesto vivió la temporada pasada una crisis. Parecía que todo había acabado. Cuando otra vez nadie contaba con ellos consiguieron meterse en la final de la NBA para enfrentarse con Miami que partía como favorito al título. San Antonio  viajaba a Miami con una ventaja de 3-2 y por lo tanto con dos oportunidades para conseguir su quinto título. El game 6 quedaría como uno de los mejores partidos de la historia de las finales y le daba a la serie un séptimo partido cuando nadie lo esperaba. San Antonio dominaba por tres puntos cuando en el reloj solo quedaban 15 segundos pero apareció Ray Allen para anotar lo imposible y el encuentro se fue a la prórroga con éxito para Miami. Y en el game 7… llegó el desastre para Tim Duncan. El momento en el que todo pareció romperse. El momento en el que el hechizo que mantenían Tim y el balón se rompió. Un movimiento como tantos debía convertirse en una canasta como tantas pero muy importante. Quedaban 42 segundos y San Antonio buscaba empatar el partido a 90. Y de pronto, la nada. Tim falló la canasta que había metido tal vez millones de veces. “El fallo me atormentará toda la vida” acertó a decir. Parecía que todo había acabado en ese instante, pero San Antonio y él lo han vuelto a hacer. Cuando nadie hablaba de ellos van a acabar la temporada regular como mejor equipo de la liga y quien quiera el título tendrá que ganar un partido en su casa. Casi nada.  

Supongo que es difícil decir que un jugador con 13 participaciones en el All Star, 2 MVP de la temporada, 3 de las finales y que ha sido nombrado ¡¡14!! veces en el mejor quinteto de la NBA ha estado y está infravalorado. Pero es el caso de Tim Duncan. ¿Cómo no va a ser el caso si aún se duda de que sea el mejor ala-pívot de la historia de la liga? ¿Karl Malone? ¿Kevin Garnett? ¿Dirk Nowitzki? Respeto para ellos, pero no. Tim Duncan ha superado a cada uno de ellos con bastante diferencia y eso es mucho decir. Por estilo, por elegancia, por calidad y por pasión es difícil encontrar a alguien que haya sido tan grande como Tim. Si, tal vez haya tenido suerte. Llegó al sitio perfecto y en el momento perfecto. Primero cuando se encontró jugando al lado de David Robinson y después porque fue Popovich el que encontró a Tony Parker y Manu Ginobili. Pero ha sido Tim Duncan el máximo estandarte de algo bonito y muy duradero en el tiempo. El estandarte de San Antonio Spurs. La cabeza visible de un equipo con 4 títulos en los últimos 15 años.  
           
Aun así y por desgracia, está cerca el día en el que Tim Duncan le entoné al balón el “This is the end, my only friend, the end…” Y todo se acabará. Se irá el jugador que más lo ha cuidado y que más cariño le ha dado en estos últimos tiempos donde imperaba la fuerza. Porque Tim lo lanzaba contra el tablero pero lo hacía de tal manera que el balón no golpeaba, deslizaba. Porque Tim lo ha botado mucho. Pero de qué manera lo hacía. La elegancia con el balón tiene nombre y tiene apellido: Tim Duncan.   


Esta cerca el día en el que Tim Duncan le entoné a los San Antonio Spurs y sus fans el “This is the end, beautiful friend…” y los aficionados de San Antonio no tendrán consuelo. Se retirará el mejor jugador de la historia de su franquicia. La pena les durará dos días. Después pensaran que Tim les ha dado los mejores momentos de su historia como franquicia y una cultura deportiva que probablemente jamás podrían haber imaginado. Tim Duncan les ha dado tanto…

Y está cerca el día en el que Tim Duncan y Greg Popovich dejen de ser sociedad. Yo señores, no quiero ni pensarlo.