En el baloncesto, como en la vida,
hay amores de todos los tipos. Están los amores sufridos, que dejan herida y
sufrimiento, (¡fans de los Wolves actuales!), los amores pasajeros e intensos,
que no duran mucho pero en los que te lo pasas tan bien… (¿Quién no se enamoró
de los Suns de D´Antoni o los Kings de
Adelman?), los que son demasiado buenos para quererlos y disfrutarlos como se
merecen (los haters de LeBron tenemos que levantar la mano bien alto) o los que
por fortuna son para toda la vida (aquí cada uno que se las apañe con su
equipo). Y como en la vida, en el baloncesto también hay equipos y jugadores que hacen por
enamorarte y otros de los que simplemente te enamoras. Y en este segundo nivel
nos encontramos con San Antonio Spurs, Greg Popovich y el protagonista de este
artículo, Tim Duncan. Ay, los Spurs, la antítesis del espectáculo populista con estrellas sin
tatuajes y que raramente salen en los Highlights. Pero eso da igual, porque encabezados
por Tim Duncan y Greg Popovich, San Antonio se mantiene en la élite de la liga
desde que muchos tenemos uso de razón.
Y como es primavera, la época del
año en la que el amor es más protagonista, seguiremos hablando del amor. Y
exactamente del romance que han mantenido durante tantos años Tim Duncan y el
balón de baloncesto. Solo de pensar que otro deporte pudo impedirlo me entran
escalofríos. Porque a los 13 años Tim despuntaba en las piscinas y no en las
canchas y soñaba con ser olímpico en el agua y no con el balón. Sin embargo,
una serie de infortunios y el miedo a los tiburones acabó con las aspiraciones
acuáticas de Tim y dio con sus huesos en una pista de baloncesto con un esférico
naranja en la mano. Y a partir de ahí fueron inseparables. Y a partir de ahí
todo fue mágico. En la universidad se convirtió en uno de los mejores jugadores
de su generación y fue elegido en el draft por San Antonio Spurs y en el número
1. Y a su historia de amor con el balón añadió otras dos. Los Spurs se
convirtieron en el equipo de su vida mientras que Duncan convertía a los Spurs
en el equipo de la vida de muchos. El juego de San Antonio Spurs y de Tim
Duncan es un juego elegante y precioso pero solo para aquel que sabe
disfrutarlo y apreciarlo. Rara vez encontraras un mate, casi imposible un alley
oop. Pero nos recuerdan cada día que el baloncesto no es eso. No te pueden
gustar los Spurs si no te gusta el baloncesto. Y el maestro Popovich se
convirtió en su tercer amor. Son tan parecidos que todo se entiende. Trabajadores,
responsables, con un talento innegable y
a los que les importa bien poco lo que digan los demás.
El matrimonio de Tim con el balón
y el baloncesto vivió la temporada pasada una crisis. Parecía que todo había
acabado. Cuando otra vez nadie contaba con ellos consiguieron meterse en la
final de la NBA para enfrentarse con Miami que partía como favorito al título.
San Antonio viajaba a Miami con una
ventaja de 3-2 y por lo tanto con dos oportunidades para conseguir su quinto
título. El game 6 quedaría como uno de los mejores partidos de la historia de
las finales y le daba a la serie un séptimo partido cuando nadie lo esperaba.
San Antonio dominaba por tres puntos cuando en el reloj solo quedaban 15
segundos pero apareció Ray Allen para anotar lo imposible y el encuentro se fue
a la prórroga con éxito para Miami. Y en el game 7… llegó el desastre para Tim
Duncan. El momento en el que todo pareció romperse. El momento en el que el
hechizo que mantenían Tim y el balón se rompió. Un movimiento como tantos debía
convertirse en una canasta como tantas pero muy importante. Quedaban 42 segundos y San Antonio
buscaba empatar el partido a 90. Y de pronto, la nada. Tim falló la canasta que
había metido tal vez millones de veces. “El fallo me atormentará toda la vida”
acertó a decir. Parecía que todo había acabado en ese instante, pero San
Antonio y él lo han vuelto a hacer. Cuando nadie hablaba de ellos van a acabar
la temporada regular como mejor equipo de la liga y quien quiera el título
tendrá que ganar un partido en su casa. Casi nada.
Supongo que es difícil decir que
un jugador con 13 participaciones en el All Star, 2 MVP de la temporada, 3 de
las finales y que ha sido nombrado ¡¡14!! veces en el mejor quinteto de la NBA
ha estado y está infravalorado. Pero es el caso de Tim Duncan. ¿Cómo no va a
ser el caso si aún se duda de que sea el mejor ala-pívot de la historia de la
liga? ¿Karl Malone? ¿Kevin Garnett? ¿Dirk Nowitzki? Respeto para ellos, pero no.
Tim Duncan ha superado a cada uno de ellos con bastante diferencia y eso es
mucho decir. Por estilo, por elegancia, por calidad y por pasión es difícil encontrar
a alguien que haya sido tan grande como Tim. Si, tal vez haya tenido suerte. Llegó
al sitio perfecto y en el momento perfecto. Primero cuando se encontró jugando
al lado de David Robinson y después porque fue Popovich el que encontró a Tony
Parker y Manu Ginobili. Pero ha sido Tim Duncan el máximo estandarte de algo
bonito y muy duradero en el tiempo. El estandarte de San Antonio Spurs. La cabeza visible de un equipo con 4 títulos en los últimos 15 años.
Aun así y por desgracia, está
cerca el día en el que Tim Duncan le entoné al balón el “This is the end, my
only friend, the end…” Y todo se acabará. Se irá el jugador que más lo ha
cuidado y que más cariño le ha dado en estos últimos tiempos donde imperaba la
fuerza. Porque Tim lo lanzaba contra el tablero pero lo hacía de tal manera que
el balón no golpeaba, deslizaba. Porque Tim lo ha botado mucho. Pero de qué
manera lo hacía. La elegancia con el balón tiene nombre y tiene apellido: Tim
Duncan.
Esta cerca el día en el que Tim
Duncan le entoné a los San Antonio Spurs y sus fans el “This is the end,
beautiful friend…” y los aficionados de San Antonio no tendrán consuelo. Se
retirará el mejor jugador de la historia de su franquicia. La pena les durará
dos días. Después pensaran que Tim les ha dado los mejores momentos de su
historia como franquicia y una cultura deportiva que probablemente jamás
podrían haber imaginado. Tim Duncan les ha dado tanto…
Y está cerca el día en el que Tim Duncan y Greg Popovich dejen de ser sociedad. Yo señores, no quiero ni pensarlo.
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