En el baloncesto, como en la vida, hay personas a las que
amas u odias. Jugadores que despiertan en ti el más profundo rechazo o la más
ferviente admiración. Jugadores a los que solo puedes desear que fallen y
jugadores que desearías que jamás se retirasen. Y luego está Kobe Bryant. Ese
chico ha sido amado por muchos y odiado por más, pero nunca ha dejado
indiferente a nadie. Merecería la pena hacer una mini encuesta con la siguiente
pregunta: ¿Cómo definirías a Kobe Bryant? Un chupón. Un genio. Un egoísta. Un
ganador. Un competidor. Un chulo. Le gusta llamar la atención. Probablemente
esas serían algunas de las respuestas y dejadme que os diga que todos tendrían
razón. Kobe ha sido todo eso y más a lo largo de su carrera deportiva. ¿Cómo
negar que ha sido un chupón cuando es el jugador de la historia que más tiros
ha fallado? ¿Cómo negar que es un genio cuando ha metido 81 puntos en un
partido? ¿Cómo negar que ha sido un ganador cuando tiene cinco anillos? ¿Cómo negar
todo lo que ha sido Kobe Bryant? No se puede y no se debe porque Kobe es Kobe
por lo bueno pero también por lo malo.
Yo le echo de menos y no lo puedo evitar. No hablo de
números, hablo de sensaciones. La sensación de que siempre tiene algo que
ofrecerte, una gota de esfuerzo, de calidad, de corazón. Siempre entrega algo
cuando ya no esperas nada. No ha habido jugador que me haya encandilado como
él. Reconozco que no he sido capaz de ver un partido entero de los Lakers desde
que Kobe se lesiono y puede que cuando lo deje definitivamente tarde diez,
veinte o treinta años en ver otro. Tal vez no vuelva a ver uno nunca, al igual
que nunca habrá otro jugador como Bryant. Creo que soló tendré una cita
obligada con los Lakers, el día que retiren su camiseta en el Staples.
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