Recuerdo como si fuera ayer enfundarme la camiseta de
Phoenix Suns con el número 13 y con el nombre de Steve Nash a la espalda e ir a
entrenar soñando con copiar cualquiera de sus maravillosos pases. Era una ilusión. Mi ilusión. Y el base
canadiense el hombre que la creó. No creo, objetivamente hablando, que llegará a
dominar el baloncesto ni la milésima parte de lo bien que él lo ha dominado
durante todos estos años, pero botando el balón, lanzando contrataques y
jugando el pick and roll con la camiseta morada he vivido, sin ninguna duda,
algunos de los momentos más felices jugando al baloncesto. Porque por encima de
todo, eso ha sido Nash en su carrera: un creador de ilusión.
El párrafo anterior es solo una muestra de lo que fue capaz
de crear Steve Nash durante las 18 temporadas en las que saltó a la cancha haciendo
felices principalmente a seguidores de tres equipos, Dallas Mavericks, Los
Angeles Lakers y su gran amor, Phoenix Suns. 1217 partidos e infinitos
momentos. 1217 partidos e infinitas veces que nos puso el corazón en un puño o
un grito en el cielo con un pase entre las piernas del rival, con su maestría
para jugar el pick and roll o con una dejada artesanal para encontrar
absolutamente libre de marca a un compañero que muchas veces no se podía
esperar el pase. Y nadie podía culparle. Nash imaginaba un pase donde no había
nada. Y si le habéis visto jugar estaréis de acuerdo conmigo; NO HABIA NADA. Con esos pases
inimaginables dio algún que otro pelotazo y rompió alguna nariz, pero sobre
todo llevo manos a la cabeza y abrió bocas de asombro.
Su carrera deportiva se movió principalmente en dos
ciudades. Phoenix- Dallas- Phoenix. Un viaje de ida y vuelta que marcó su
carrera. Cuando regresó de su periplo texano, Steve Nash fue Phoenix Suns en
una de las épocas más exitosas de la franquicia de Arizona. Y Phoenix Suns fue Steve
Nash en la época más brillante del base de Canadá. Imposible entender el equipo
de Mike D´Antoni sin la dirección de Steve. Fue la época del corre y dispara
que tan famoso se hizo en la NBA. Llega y lanza. Tan admirado como criticado pero apasionante de ver. Steve lo
montaba para que Marion, JoJo, Quentin Richardson, Grant Hill o Raja Bell lo
finiquitaran. Si había imposibilidad de correr, Steve Nash jugaba el pick and
roll con Amare Stoudemire como no se había visto en la liga desde Stockton y Malone. ¿Cuántos
mates hizo Amare jugando con Steve? Incontables. Era una jugada que todos conocían
pero que nadie era capaz de defender. Ah, y es de ley, sería un pecado no
hacerlo, recordar aquella maravillosa película, ¿Cómo se llamaba? Ah sí, “Cuando
Steve Nash creó a Marcin Gortat”.
“It was something
that was magical” Palabras de su más fiel socio después de conocer la
retirada del hombre con el que mejor ha funcionado en una pista. La relación
Steve- Amare estaba condenada a salir bien. Y si, fue algo mágico. Un interior
potente y rápido con facilidad para machacar el aro y un base con un don para
encontrar el pasillo libre. Encajaron desde el minuto uno. Noche tras noche
Amare explotaba aros después de pases imposibles. Temporadas dominando los highlights
con absoluta mano de hierro.
Quiero detenerme un momento en los dos premios MVP que lucen
en su palmarés individual, el mayor logro (material) que cosechó como jugador
de baloncesto. Temporada 2004- 2005 y 2005- 2006. Las temporadas en que el run
and gun alcanzó niveles excitantes en Phoenix con Nash a los mandos. Con el MVP
de la regular season pasa una cosa. No hace falta tener uno para ser de los
mejores jugadores de la historia pero si tienes uno lo eres. Steve Nash tiene
dos. Más que Kobe, O´Neal o Garnett. Jamás, y digo jamás, un jugador como Steve
ha ganado el premio de MVP. Es justo poner esto en relevancia. Habitual coto
privado de jugadores más mediáticos y de un perfil diferente al suyo, como
Kobe, Iverson o Jordan, nadie podía imaginar a un jugador altruista y prominentemente pasador conquistando el premio a mejor
jugador de la temporada, menos dos temporadas seguidas. Pero Steve cambió esto.
Cambió leyes escritas a sangre y fuego y triunfó. Triunfó, también es justo
decirlo, porque siempre fue un excelente tirador, aunque esta cualidad quedase
muchas veces opacada por el arte que salía de sus manos en forma de pases.
Porque además, y esto no es algo menor, el canadiense
apareció en su máxima expresión cuando más se le necesitaba. El cenit de su
juego coincidió con una época en la que la liga vivía lejos del reluciente
listado de bases del que disfruta hoy (saludos Stephen Curry, Kyrie Irving,
Damian Lillard, CP3 y tantos y tantos). La NBA atravesaba el desierto en el puesto
de uno que solo maquillaban un Jason Kidd ya maduro y apariciones irregulares y
esporádicas de otros jugadores.
No me apetece, ni quiero, recordar sus últimas temporadas en
los Lakers. Parecía que Howard,
Kobe, Pau y él se comerían el mundo pero a Nash ya le estaban empezando a comer
las lesiones. El hombre que no cometía errores en la cancha cometió uno al
pensar que podía jugar hasta pasados los 40. Era su ilusión, tantas veces lo
dijo, jugar más allá de la cuarentena. Era su ilusión, valga la redundancia,
seguir ilusionando. Era su ilusión seguir regalando canastas a sus compañeros y
ponernos el corazón en un puño y el grito en el cielo. Steve, sinceramente, gracias
y te echaré mucho de menos.
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